Cuando alguien escribe
un texto, aunque nadie lo recuerde y se pierda en el tiempo, perdura y vive
para siempre esperando llegar a las manos de un nuevo lector, ya sea una carta
antigua que un nieto encuentra en una caja, una receta de una madre o un
trabajo realizado hace diez años.
Cuando alguien escribe
se conoce más a sí mismo y parece que el texto nos explorara a nosotros, y esa
sensación es muy bonita.